“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”. Jorge Manrique
Cualquiera de las acepciones que da la RAE a la palabra vadear podrían encajar en el trasfondo de éste proyecto fotográfico. Pero tal vez su segunda acepción es la que más acierta de pleno “vencer o esquivar una gran dificultad”.
El río es y será un compañero natural que coteja nuestra amistad a la par que las de nuestras ciudades, pueblos y campos teniendo en esa compañía la suerte de disfrutarlo, mimarlo e incluso padecerlo, es lección de vida en su origen.
Al río se le a comparado poéticamente con la vida, parte de un nacimiento, trascurre por sus sinuosas riberas y finaliza en una muerte plena de alguna desembocadura.
En el transcurrir de sus corrientes van aconteciendo, desvíos, saltos, arrastres, acompañamientos, caricias, besos…, cargas y deseos con los que convivir: mientras en sus entrañas va rumiando su ansia de libertad, de expandirse cuando las circunstancias no lo acoten, que le dejen participar en su recorrido reverdeciendo nuevos prados con sus lodos acumulados de experiencias anteriores. Mientras todo fluye va inmerso en su espacio; tranquilo, apaciguado disfrutando del momento y de la gente que a su paso encuentra, unos le acompañarán de por vida, amigas que le confortaran con salpicaduras de amistad y consejos, otros quedarán aguas arriba no merecían la pena o el caudal tal vez no era lo suficientemente alto para aguantar a flote a tanto personal.
Siempre hay alguien que por su ignorancia va contra natura, se empeña en poner trabas al cauce; es neófita en el tema, construye diques sin mucho arraigo y en contra de los moradores del río, flaquea su estructura pero aguanta sin saber que toda agua retenida en cuanto busque un resquicio, romperá el muro que la inmoviliza convirtiéndose en tromba y avenida sin control, aguas abajo pondrán en peligro a moradores y habitantes ajenos a las trabas impuestas metros atrás. Mientras tanto en la zona de servidumbre se mantendrán los pelotas, rastreros y lameculos sin advertir que esa zona es poco ancha y unas pequeñas lluvias torrenciales les pueden arrastrar. ¿Acaso no es esto la vida?
Respecto a las imágenes pretenden ser una reflexión de lo anteriormente contado, en situaciones complejas, con mucha o poca agua, todo fluye de una manera u otra, todo continúa y es curioso porque de diferentes maneras siempre hay quien se acerca al río.
Estas fotografías procuran ser unos retales de historia cuya narración ocupa unos cuantos días sobre un único escenario, compuesto a la vez por microescenarios que reflejan diferentes acontecimientos. A modo de ventana indiscreta pretenden rendir un homenaje a la fotografía, a sus inicios a aquella primera imagen de Nicéphore Niépce titulada “Vista desde la ventana en Le Gras” (1826) vuelven a confluir las miradas.
La irrupción de elementos como barcas, troncos, animales son provocadores de sentimientos, ilusiones y risas; chapoteos de felicidad acorde con el estado de ánimo del lecho fluvial. Los reflejos que nos devuelve el agua no sé si se asemejan a una realidad o a una ensoñación.; pero desde la visión del fotógrafo todo cambia, el sujeto pretende un engaño visual haciendo creer al espectador un lugar bucólico y con apariencia apacible del paisaje. Nada más lejos de la realidad
Dos pasos más atrás se ve el escenario tal y cómo es, verjas que limitan la participación directa, un obstáculo entre fotógrafo y fotografiado, pero no un impedimento para captar el momento y mostrar la belleza de barreras afuera, de manifestar otra realidad, el río sigue su camino presa abajo en busca de nuevas tierras; ventana de ventanas a la realidad impresas fotograma a fotograma en mi memoria.
Iñaki Porto